sábado, 21 de junio de 2008

Hoy: la "Sensación Mochila"

Hoy quiero contarles acerca de una experiencia que viví durante un viaje. Omitiré el nombre del lugar al que fui, porque no tiene relevancia en relación a la experiencia vivida.
Como lo anticipa el título, el objeto de mi nostalgia es lo que decidí en denominar sensación “mochila”. La palabra “mochila” está cargada de valor: para mí, desde aquél viaje, representa la sensación de libertad y adrenalina del viajero en tierras extranjeras y llenas de cosas por conocer, y que no tiene un rumbo planeado y cada día se descubre yendo hacia un lugar inimaginado el día anterior. Es la sensación de ser uno su propia brújula, de dirigirse hacia donde la curiosidad lo arrastre con insistencia.
Y siempre, por supuesto, acompañado de su mochila donde tiene todo lo indispensable para atravesar lo que se le interponga y luego guardarlo en forma de anécdota. La mochila, el bolso por excelencia del viajero actual, es el lugar donde éste lleva las cosas que considera “indispensables” para su viaje, sin las cuales podría hallarse en problemas y que por eso mismo, le dan seguridad ante cada paso que da. Documentos, mapas, alguna bebida, cámara de fotos, medicamentos, llaves, una muda de ropa, dinero, elementos de higiene, direcciones, teléfonos, algún sándwich… birome, papel. Luego el peso se va incrementando a medida que avanza el recorrido: piedras exóticas o encontradas en algún lugar significativo, caracoles, souvenirs, ropa mojada o sucia, monedas autóctonas para coleccionar, basura que va acumulándose.
Entonces podemos vaciarla y limpiarla un poco, pero a esta altura del partido, ya no hay más remedio, se sigue sintiendo pesada en la espalda: lo que se arrastra a cuestas hacia todos lados es el inquietante peso de la libertad.

lunes, 9 de junio de 2008

“Pero yo sigo sospechando que los viajes son, en realidad, otra cosa (...) Esto que afortunadamente es obsceno, que no se puede contar. El resto, los relatos, pronto se vuelve desconocido, ajeno".
Caparrós, Martín,
Crónicas

Y o también sospecho como Caparrós que los viajes consisten en buena parte en las pequeñas o grandes cosas que recordamos de ellos por su singularidad o por la huella que dejaron en nosotros de alguna forma. E imitándolo, citaré algunos recuerdos que aún rondan en mi cabeza del viaje a Israel que hice este verano. Este viaje fue…
El olor fuerte a especias exóticas fusionadas en cada shuk (feria callejera) que recorrí. O las anécdotas de un soldado de mi misma edad que había pasado cuatro semanas encerrado en un tanque en la guerra contra el Líbano. O las señales de tránsito siempre escritas en hebreo, árabe e inglés; o las telenovelas argentinas subtituladas en ruso. O el moderno sistema fotográfico de peajes en las rutas. O sumergirme en el Mar Rojo, mar en el que, según cuenta la leyenda, Moisés dividió sus aguas para que todos los judíos pudieran escapar de los egipcios; y al bucear en él experimentar la grata posibilidad de escaparme de la tierra y de todos los hombres que la pisan, y vivir por media hora en la paz que reina en el mundo marítimo. O la recomendación de no ir de cuerpo ni tener sexo en las 24 hs antes de meternos en el Mar Muerto, para evitar los ardores que genera el agua densamente salada del mismo. O visitar el museo más impactante e interesante que vi en mi vida, el museo de la Shoá (Holocausto) en Jerusalem y llorar mientras un sobreviviente nos narraba las experiencias más humillantes que jamás podría haber imaginado. O recolectar mandarinas una tarde soleada en un kibutz y comer aquéllas que se abrían al arrancarlas. O conocer a la parte de mi familia que vive allí, y ver en mi tío los mismos gestos y modos de hablar de su hermano, mi papá. O compartir unas cervezas una noche en el hotel de Tel Aviv con unos estadounidenses bohemios al son de su música country. O darme cuenta de lo presente que está en el pueblo judío de Israel su independencia, independencia que desde que fue obtenida, defienden hasta el día de hoy. O la bronca que sentí al tener que irme sin haber podido visitar el Via Crucis y la tumba de Shindler…

miércoles, 28 de mayo de 2008

Tienen suerte

–Buenos días –dijo el Principito.
–Buenos días –dijo el guardaagujas.
–¿Qué haces aquí? –dijo el Principito.
–Clasifico a los viajeros por paquetes de mil –dijo el guardaagujas–. Despacho los trenes que los llevan, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.
Y un rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina de las agujas.
–Llevan mucha prisa –dijo el Principito–.¿Qué buscan?
–Hasta el hombre de la locomotora lo ignora –dijo el guardaagujas.
Y un segundo rápido iluminado rugió, en sentido inverso.
–¿Vuelven ya? –preguntó el Principito.
–No son los mismos –dijo el guardaagujas–. Es un cambio.
–¿No estaban contentos donde estaban?
–Nadie está nunca contento donde está –dijo el guardaagujas.
Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
–¿Persiguen a los primeros viajeros? –preguntó el Principito.
–No persiguen absolutamente nada –dijo el guardaagujas–. Ahí dentro duermen o bostezan. Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios.
–Sólo los niños saben lo que buscan –dijo el Principito–. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran...
–Tienen suerte –dijo el guardaagujas.

De Saint-Exupéry, Antoine, El Principito, Cáp. XXII, Buenos Aires, Emecé Editores, 2007.

jueves, 8 de mayo de 2008

Crónica sobre el BAFICI
.
Escena de "Luego", de Carola Gliksberg.
.
.
Subjetividades
.
Esperado por muchos año tras año, el Festival Internacional de Cine Independiente vuelve en su décima edición a Buenos Aires.
Tercer día del BAFICI, 5.10 pm: llego con toda prisa a los cines del Abasto, una de las sedes del festival, y mientras busco en mi bolso la acreditación de estudiante que convertirá mi tarde de cine en una ganga, hago la fila. Con mi entrada en mano, subo rápidamente las escaleras mecánicas que me conducen a la sala. En el camino, me sorprenden dos chicas desconocidas y me preguntan que película voy a ver. “Luego”, les respondo. Entonces me entregan un papel. Apurada como estoy, no tengo tiempo para leerlo; lo guardo en mi bolso. Acelero el paso y entro cinco minutos antes de que comience la proyección. La sala está llenísima, y con el acostumbrado alboroto de la juventud que suele concurrir a este festival. Consigo un asiento en la última fila, recomendable para parejas que quieren tener un rato de intimidad y poco les interesa el film o a quienes no les importa ver la imagen mutilada, pues la fila de asientos de adelante está casi a la misma altura que la mía, y esto impide ver la parte inferior de la pantalla. Ninguno de los dos es mi caso. Un chico a mi lado de anteojos con marco y patillas negros (muy populares entre la juventud cinéfila), se sienta sobre el borde de la butaca, que dejó reclinada hacia arriba. Lo imito, y aunque no es muy cómodo, logro ver mejor lo que sucede abajo. La directora, Carola Gliksberg, se acerca a la pantalla, y con tímidas palabras invita a disfrutar la película. Cuando se retira, una chica de la fila que tengo adelante da inicio a los aplausos. Mientras las luces se van apagando, Gliksberg sube los escalones para finalmente sentarse al lado de esta chica, a la que conoce. Sin más preámbulos, comienza la proyección.
“Luego” es la historia de quienes tienen algo que decir, que confesar a alguien, y nunca encuentran el momento oportuno para hacerlo. Las palabras pujan por ser liberadas, pero con suerte logran llegar a la boca, donde mueren prisioneras sin lograr escapar en todo el transcurso de la película.
El espectador, intrigado, intenta durante toda la proyección adivinar qué secretos esconden los personajes y formula hipótesis a partir de algunos indicios sutiles, pero nunca puede confirmarlas y tampoco puede estar seguro si aquellas “pistas” fueron percibidas por el resto y, en ese caso, interpretadas del mismo modo.
De esta forma, se desarrollan al unísono dos historias de tal modo que la tensión entre ambas no se resuelve nunca, abandonando el final sorpresivo y contando la historia secreta de un modo cada vez más elusivo. Ocurre lo que en la teoría del iceberg de Hemingway: lo más importante nunca se cuenta.
En la película, los secretos no se dicen ya que nunca se encuentra el momento adecuado para hacerlo. También podría tratarse de una falta de coraje encubierta; en todos los casos la confesión es postergada una y otra vez, es algo que pasará luego.
Ahora yo no lo sabía, porque aún no lo había planeado, pero al día siguiente, iría a ver otra película del BAFICI (también en el complejo de cines del Abasto). Dicen que “The Sun and the Moon”, del neoyorquino de origen ruso Stephen Dwoskin, es una versión libertaria de La Bella y la Bestia. En ella, el cineasta es filmado a sus 69 años, mostrando las secuelas de la polio que contrajo en la infancia y la máscara de oxígeno que lleva desde su neumonía. Pero lo que puede parecer monstruoso, Dwoskin lo reivindica como posibilidad de erotismo, exponiendo su cuerpo deforme al desnudo. Desprovisto de diálogos, a lo largo de la película teje una relación íntima construida en la alternancia de miradas entre él y la bella.
Cuando fui a verla, un espectador, poco acostumbrado al cine no convencional y además aburrido por la película, comenzó a reírse de lo absurda que le parecía. Al cabo de unos minutos, un hombre mayor, evidentemente indignado por la risa del espectador cercano, le habló a su mujer en voz alta con claras intenciones de ser escuchado: “Hay gente que no sé para qué viene. Si no es para vos, ¡no vengas!”. Me quedé pensando... entonces me pregunté si alguien que no haya visto antes la película o incluso no conociese el estilo del festival, podría adivinar antes de concurrir que no sería de su agrado. Sería bastante grato en cuestiones de ahorro de tiempo, energía y dinero, ¿no? Pero esto no le preocupaba al señor disgustado: él ya sabía de antemano que aquélla película era para él. Todos estos pensamientos me condujeron a recordar el lema de la campaña del BAFICI: “Si no es para vos, no es para vos”, frase que, aunque puede leerse como elitista, anticipa que nos toparemos con un tipo de cine que no es el habitual, al que no estamos acostumbrados. Y, efectivamente, así es: el carácter independiente del mismo favorece la creatividad frente a la recaudación de capital en devenir. Lo importante es presentar algo nuevo, diferente. Pero es natural que los cambios puedan no ser fáciles de digerir para aquél que, desde que nació, viene mamando el cine comercial y está esperando que cada género respete sus convenciones. Tal vez se sienta desencajado de la masa de espectadores con los que compartió la sala y a los que, en oposición al rechazo que a él le generó la película, les ha parecido una obra maestra. Y entonces quizás infiera equívocamente que los demás han entendido algo que él no y prefiera ocultar su desagrado para no sentirse excluido o subestimado. En otras palabras, se sentiría intimidado y no creería que ese fuera el momento y el lugar oportunos para expresar su disconformidad, eso que necesita escupir: en definitiva, lo que se formuló en su mente y aguarda inquieto, pujante y prisionero tras el vallar de sus dientes...
6.35 pm: “Luego” llega a su fin. La gente aplaude, pero no puedo captar un gran entusiasmo. Muchos deben hacerlo como un acto de cortesía hacia la directora presente. Por suerte yo, detrás de ella, estoy fuera de su espectro visual, y no siento ninguna presión para hacerlo. De todas formas aplaudo, aunque un poco más tarde. Salgo de la sala y saco el papel que me dieron antes: se trata del voto del público. Marco con una cruz la calificación y meto el papel en una urna. El film competía para la Selección Oficial Argentina; una semana después me ocupé de averiguar si había estado entre sus ganadores, porque a mí me había parecido una película... singular.
.
.

Les dejo los links de algunos de los spots de publicidad del BAFICI de los últimos años, mix de creatividad, humor y bajo presupuesto. Vale la pena verlos (los títulos los extraje de como aparecían en youtube o los inventé yo para identificarlos, no sé si son los verdaderos). Allí puden ver al final de cada uno el slogan que mencioné antes.
.
.

-"El cuadro más triste de mundo"

-"Bigote"

-"Bonjovis"

-"Albinos"

- "Dale, dale...!"

domingo, 4 de mayo de 2008

“Los dos días programados se estiraron como goma hasta hacerse ocho y con el sabor agridulce de la despedida mezclándose a mi inveterada halitosis me sentí llevar definitivamente por aires de aventuras hacia mundos que se me antojaban más extraños de lo que fueron con situaciones que imaginaba mucho más normales que lo que resultaron”.

Guevara, Ernesto, Diarios de motocicleta

lunes, 28 de abril de 2008

“Willkommen, bienvenue… welcome!

...Fremde, étranger, stranger.
Gluklich zu sehen, je suis enchantée,
Happy to see you, bleibe, reste, stay!"

¡Hola! Bienvenidos a mi blog/diario de escritora-viajera. La idea de hacerme uno no fue mía; es una actividad que voy a llevar adelante todo el año para la materia Taller de Expresión I de la facu.
La consigna es ir plasmando reflexiones que se me ocurran y que después puedan, en lo posible, servir como caldo de cultivo de otras futuras. En general –y como anticipa el título del blog- estarán atravesadas por los tópicos Viaje, Escritura y Narración, así como de sus diversas variantes y la relación estrecha que puede entablarse entre ellos.
Los invito a leer y subir comentarios sobre todo aquello que les llame la atención. Y ahora los dejo con un fragmento de El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Lescov, de Walter Benjamin, que diserta un poco sobre el origen de estas prácticas:

“‘Cuando se sale de viaje, bien se puede contar algo’, dice un dicho popular y piensa en el narrador como alguien que viene de lejos. Pero también se presta oídos a quien, comiendo bien, se mantiene en el país y conoce sus historias y tradiciones. Si se quiere presentar a ambos grupos en un tipo arcaico, por un lado, tendremos al agricultor sedentario, por el otro, al marino mercader en que se hace cuerpo estos tipos. En los hechos, ambos géneros de vida han producido, en cierta medida, sus ramas propias de narradores. (…) No sería posible pensar la extensión real del género narrativo, en toda su dimensión histórica, sin una íntima compenetración de esos dos tipos arcaicos. Una compenetración semejante produjo especialmente la edad media con su constitución artesanal. El maestro sedentario y los aprendices vagabundos trabajaban en el mismo taller, todo maestro había sido aprendiz vagabundo en su tiempo, antes de sentarse en su patria o en el extranjero. Si los aldeanos y los marinos han sido los antiguos maestros de la narración, el taller medieval fue su escuela secundaria. Allí se encontraba la noticia lejana, que el peregrino traía a su hogar, con las noticias del pasado, que conserva con amor el sedentario”.